Hoy soy la versión más joven que puedo ser.
Y, sin embargo, tengo miedo.
Miedo de volverme obsoleta.
De que me cubran las canas, las arrugas, el paso del tiempo.
De no entender las expresiones de los más jóvenes.
De no saber usar la tecnología.
De que esas ideas que ahora siento revolucionarias, modernas, llenas de vida… un día suenen anticuadas.
¿Qué pasará cuando pierda el estilo?
¿Me vestiré a los 80 con minifalda y crop top?
¿Me señalarán por no soltar esa versión de mí que alguna vez fue audaz, libre, viva?
Vivimos en una sociedad que te desecha cuando envejeces.
No hace falta ir muy lejos para notarlo:
hasta los teléfonos tienen fecha de caducidad.
El nuevo iPhone ya es viejo y apenas respiramos.
Pronto será reemplazado por el iPhone siguiente o lo que venga después.
¿Y si me pasa lo mismo?
¿Y si un día ya no soy útil?
¿Y si me vuelvo senil, si pierdo el control de mi cuerpo, si mis amigos, mis padres o mi pareja ya no están?
¿Y si no hay nadie en quien apoyarme sin sentir que soy una carga?
Tengo miedo de convertirme en eso que la gente ignora:
un mueble cubierto de polvo,
un saco de huesos que repite mil veces las mismas historias,
una figura arrumbada en una esquina, orinada encima, esperando…Esperando a morir.
Y sí, sé que suena duro.
Pero es una pregunta real:
¿tendré la oportunidad de envejecer con dignidad?
¿O me apagaré lentamente, sola, irrelevante?
Todo este brillo que tengo ahora, toda esta vitalidad,
esta promesa del futuro que aún vibra en mí…
¿desaparecerá hasta quedar solo un cuerpo esperando su final?
Ojalá —y de verdad lo deseo con fuerza—
cuando llegue ese día, si es que llega,
pueda sentirme feliz.
No arrepentida por la vida que viví.
-Maria